En
estos destellos que se niegan a abandonar el mundo,
Me
hundo,
Me
rindo,
No
doy más,
El
cuerpo está cansado,
La
vista está segada por la claridad del firmamento,
El
invierno me parece tan lejano,
Inalcanzable
como la cordura,
Inalcanzable
como la felicidad plena,
La
paz del mundo,
La
saciedad del hombre,
La
justicia en cada acto…
Parece
tan lejano el invierno,
Pero
yo no lo olvido,
Por
más que mis rimas empiecen a florecer por este cariño,
Por
estas manos tibias que me acarician la espalda,
Por
estos labios gentiles que me besan el cuello y el pecho,
Por
esas piernas sigilosas que se enredan en las mías,
Y esa
voz potente que pronuncia mi nombre y un te amo,
Tejidos
con la misma madeja,
Atravesando
mis oídos sordos,
Atravesando
el hueco de mi alma,
El
vacío en este corazón que no se haya en esta soleada tarde…
En
esta tarde en que sus mirada me confiscan el aliente,
En
que su ser se hunde en mi océano,
Yo
sigo sintiéndome hijo del invierno,
Uno
que me dejado mirando la ventana con angustia,
Aguantando
las sonrisas que quieren florecer en mis labios rotos…
Este
verano obstinado,
Me
ha hecho perder la noción del tiempo,
Ahora
huelo a lirio,A honor y bien y es tan extraño,
Pica en la piel y
arde en los músculos rígidos…
¿Qué me has hecho?
¿Es acaso así como
se siente ser querido?
Con esa serenidad
que florece como en primavera perpetua…
En una en que a
veces solo recuerdo mi nombre cuando los pronuncias,
Y sonrío…
Maldita sea, estoy
sonriendo.
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