Un amanecer tenue se escabulle entre la comisura rocosa de las
montañas,
Los primeros rayos de sol acariciando los sembríos,
Despertándolos de su corto letargo de una noche de invierno,
Las sombras se destejen, y las ultimas estrellas obstinadas enraizadas
en el cielo,
Se hunden en el olvido de una mañana soleada,
De viento deshidratado arremolinándose entre mis cabellos,
Garabateando mis labios con la crueldad del frío serrano,
Las nubes espesas se fagocitan así mismas y el cielo se vuelve azul,
Como un mar sin seres vivos que atenten contra su quietud eterna;
El cálido brillo del sol comienza a rodar suavemente
Por sobre y entre los recovecos de la una tierra adormecida,
El invierno parece ser olvidado al menos por unas horas,
Al menos mientras dure el día de ajetreos mundanos,
De insignificantes humanos deambulando en las entrañas de una ciudad de
piedra blanca,
Como hormigas laboriosas pero sin dirección alguna,
La tierra espera la noche para volver a la somnolencia gélida y sin
alma,
Para recuperarse y sacudirse de los estragos de miles de pasos,
De ruedas de automóviles amasándola cruelmente…
Esta tierra espera la noche para acurrucarse con su solitaria
existencia taciturna,
Para que la lluvia la unja con su gracia acuosa,
Para que sólo se escuche el tenue murmullo del viento tiritando entre
los gemidos
De los pocos humanos que como yo, nos resistimos a dormirnos,
Un día más se cuela entre mis dedos impotentes,
Un día más viejo, un día más sabio, un día más amado…solo un día más.