Hay sueños que recuerdo,
Como recuerdo escenas de mi
infancia,
Vivida, visceral y casi palpable
como la misma piel,
Como los pastizales en los que he
corrido descalzo,
Los ríos en los que he chapoteado
riendo,
Como los senderos escuetos donde
he tropezado,
Raspando mis rodillas,
Enjuagando mis ojos con lágrimas
libertarias,
Que ruedan sonoras como cigarras
en celo…
Hay sueños que opacan mis días
tristes,
Y lo pintan todo y huelen a
fresco,
Como césped recién cortado,
Como lluvia zigzagueando sobre
las hojas de helechos descoloridos…
Hay días en los que mi vida se
siente relajada,
Como una inyección de opio
refinado a la carótida,
Encauzándome como un río escueto
Hacia el mar fresco de tus manos
tan risueñas,
Donde pecaron varias razas, y
donde seguro pecaré sin recato alguno…
Hay minutos que son tan largos en
mi vida,
Que infunden realidad a mi
adormecida mente tan atiborrada de “amitriptilina”,
Como tus miradas dibujando mis
redondeadas caderas,
Como tu lengua reptando sobre tus
labios con malicia,
Maquinando tus vertiginosas
lujurias…
Hay caricias breves que se enmarañan
en mi centro más absurdo,
En mi núcleo más pío,
En mis nerviosos tics de niño
atormentado,
En mis fascinaciones más
subversivas y morbosas de poeta pornográfico…
Hay tierras ajenas en las que
deseo perderme someramente,
En dónde me encantaría campar tejiendo
gemidos ruines,
Pero luego pienso en el frío que
hace allá fuera,
Y lo tibio y cómodo que se está
siempre en tu pecho,
Y me acurruco como un niño con
pesadillas de un holocausto post-guerra,
Y en tu aroma tan familiar
regreso al mundo encantado de mis sueños,
Dónde las rimas se vuelven
mariposas en las entrañas,
Dónde mis ideas se descuelgan
como orquídeas,
Y no hay más nada en este Edén
exótico que tú y yo,
Y la única ley que existe es la palabra:
“Nosotros”.