El viento baila sobre la vela encendida,
Y el humo se vuelve una silueta crepitante,
Un augurio de malos tiempos,
De una noche eterna y pesada,
Que ni los vapores de lavanda logran mantener a raya,
Entonces llega a todo galope,
Entonces lo sientes atizando el fuego vivo en la
espalda,
Y cae cómo látigo de cuero trenzado,
Como yugo esclavizante,
Reclamándome para sí mismo…
Y si volteo rápido y tempestuosamente,
Logro ver las narices de fantasmas pegadas a la
ventana,
Procurando pasar desapercibidos,
Para luego colarse en mi habitación y rozar mis hombros,
Con esa frialdad de un amante aburrido,
Con esa sutileza de un verso incompleto,
Y entonces me encojo como gladiolo al mediodía,
Mis pies se ponen fríos,
El silencio me inunda la médula,
Y el respirar rápido me asusta,
Intento gritar y no puedo,
Pues mi voz se ha agotado suplicando en vano,
Que esta noche pase sin asentarse sobre mi piel toda,
Como lluvia radioactiva…
Pero sé que eso no sucederá…
Pensar es fútil…un quehacer estúpido por demás,
Pues mi mente es sólo un cuajo sanguinolento,
En una pecera ósea sobre mi cuello,
Sin energía para hilvanar ideas,
Es sólo un alfiletero blando,
Donde el dolor se clava como aguijón envenenado,
Y este pesar va cavando los ojos,
Buscando la raíz del llanto,
Inflamando lo herido,
Consumiendo la pizca de fe que me quedaba hoy día,
Arrullándome hasta que la mañana irrumpa en el
firmamento,
Como quien da una patada a la puerta,
Y libera a quién yace amarrado y amordazado,
Empañado en su propia desesperación acuosa,
La noche llegará a su fin,
Y quizás con el sol el dolor se arrastre sobre el
piso,
Como mendigo mediocre,
Como insecto repugnante,
Y yo pueda volver a caminar con una sonrisa,
Quizás mañana, quizás…quizás.