Llueve y no puedes ocultar más tu presencia,
Tu figura lánguida y escurrida apoyada en la ventana,
Me pregunto desde cuándo me espías,
Desde cuándo apoyas tu nariz sobre el liso vidrio,
Pero sobretodo me pregunto,
Por qué no entras y me visitas,
Por qué no entras y te acurrucas a mi lado,
Después de todo, la cama es grande y tibia,
Después de todo, me caería bien la compañía…
Ay dulce muerte,
Me pregunto si abriendo la ventana,
Entenderías que ya estoy listo,
Que te espero con los brazos abiertos,
Y sin miedo en el rostro,
Es más con una leve sonrisa en mis labios harapientos,
Con una rima de agradecimiento en mis pensamientos,
Me pregunto qué te detiene,
Acaso es ese vidrio manchado con mis huellas,
Pulido por el escaso sol que le cae por las mañanas,
O es que esa lluvia es de agua bendita,
Si ese es el caso,
Despreocúpate, puedo prestarte una toalla para que seques tu cabello,
Y puedes refugiarte en mi cama para que se te pase el frío…
Ay dulce muerte,
Quisiera tener fuerzas suficientes para acercarme a la ventana,
Abrirla, abrazarte y decirte, si, si a todo…
A mis culpas, a mis pocos aciertos, a mis amores perdidos,
A mis pecados, a mis enclenques virtudes, a mis maniáticos actos,
Quisiera abrir la ventana,
Sentarme a tu lado,
Juntar nuestras cabezas y que nos diésemos confort mutuo,
Y desvanecerme en tus negruzcos ropajes
Como un cigarrillo consumido en un cenicero,
Que se golpea lentamente y se deshace por completo…
¿Alguien me ayudaría a abrir esa ventana?
Ay dulce muerte…
Espero no te resfríes en la lluvia,
Y esperes a que pueda abrirte la ventana mañana.
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