Las luces de la ciudad me llaman como mi madre cuando jugaba en el fango,
Susurran mi nombre con autoridad como si fuere el fruto de su vientre,
Gritan mi nombre,
Me atraen al pecado,
Mis intenciones inopes y neutras se bañan en sexo,
Entonces me enajeno con su voz filtrándose lentamente en mis oídos,
Como los falos enhiestos de amantes viejos,
En vulvas jóvenes, que no hacen más que vender su gracia al mejor postor,
En sus orgasmos fingidos encuentran una inmortalidad fraudulenta,
Que los recorre por todo el cuerpo,
Como un resfrío epiléptico,
En su voz ellos se sienten jóvenes,
En la voz de esta ciudad caótica yo me siento humano,
Falible, tendencioso, egocéntrico, sexo adicto, pero feliz,
Si, feliz, sonriente, ligero como después de un orgasmo,
Embarrado en espesura blanquecina, único fruto de mi ser,
Tratando de fertilizar el bosque velludo de mi abdomen…
La ciudad me llama con su incorregible actitud pecaminosa,
Y yo le respondo, quitándome la ropa, masturbándome, aullando orgasmo,
Incitando a los incautos, que aun creen que seré sólo para ellos,
Pero sólo me tendrán pro un rato,
Bueno quizás por toda la noche,
O hasta que sus esfínteres se cedan y se me vaya la emoción…
La edad me abruma, me embosca sin salida,
Pero la erección entumecida la desafía…
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