Quizás una parte del Edén ha quedado al descubierto,
Pues no podría explicarme tanta belleza en medio de esta roñosa aridez,
El dorado del maíz inunda todo el campo,
Y las hojas verdes yacen en el piso,
Como si dios mismo las hubiese escarmenado,
Buscando el último grano para molerlo y hacer pan,
El aire lleva gruñidos y mugidos,
Y esa lentitud transcendental con que se vive en las chacras…
Avanzamos al margen rocoso del río,
El mismo que se estira como un contorsionista drogado,
Tratando de alcanzar los confines de la tierra,
El rebaño bebe el agua con el fervor religioso de una monja,
Nosotros llenamos nuestro cuerpo del aire fresco,
De ese caldo etéreo tan lleno de polen
Y tan seco que rasga el interior de las fosas nasales,
Mis labios garabateados sonríen de una manera que no creí posible,
Mi novio me toma la mano,
Yo lo miro con esa mirada silvestre que caracteriza a los becerros,
Y me dice: “Te amo”…
Yo lo beso,
Si alguien nos retratase en este firmamento,
De seguro sería un cuadro acreditado a Van Gogh póstumamente,
Con miles de girasoles irguiéndose victoriosos entre los pastizales.
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