Y un día llegó sin avisar, sin
razón y sin motivo alguno,
Y decidió anidar en mi cuerpo,
Como un vagabundo obstinado y con
síndrome de emperador suburbano,
Y desde ese día va y viene como
un amante ingrato y egocentrista,
Y se expande como un murmullo de
grillos por entre mis venas,
Como un golpeteo de gotas de agua
cayendo sobre un estanque,
Y en cada articulación echa raíces
gruesas
De modo que si me muevo con
holgura me hace sentir tu presencia,
Con un hincón como una afilada
espina,
Y me posee por completo,
Me acaricia a su antojo con esa
malicia que se ha vuelto parásita,
Con sus dedos invisibles y fríos
como garfios afilados,
Me daña, me drena de energía,
Tensa cada músculo de mi cuerpo
como cuerdas desgastadas de una guitarra,
Un acorde más, un día más,
Un
verso más y quizás colapse, quizás me rompa,
Ha venido con ese hormigueo zigzagueante
que sube por mis pies y mis manos,
Y que en su recorrido se hace más
intenso,
Como si tejiese un macramé con
mis nervios,
Y luego los lamiese con su lengua
rasposa de gato endemoniado,
Entonces me encojo, abrazo mis
piernas,
Y procuro morder mis ganas de
gritar, de llorar hasta quedarme seco,
Quizás así deje de venir a
buscarme,
Quizás así podría dejar de sentir su aliento que todo lo rasga
Como pedacitos de vidrio frotado
con ahínco sobre una herida abierta,
Y es cuando esa sensación
nauseabunda de repudio por el mundo
Me envuelve como placenta
chamuscada y acidificada,
Y me falta el aire, y me siento preso en mi propio cuerpo,
Es cuando quiero irme lejos,
Cuando quiero callar mis propios
versos,
Cuando intento ocultarme, pero es inútil,
nunca lo logro,
Siempre me alcanza,
Siempre me encuentra,
Como una fiera rabiosa de
sentidos súper desarrollados,
Oliendo el miedo, sintiendo el
sudor narcótico exudado con premura,
A veces lo siento llegar y quiero
huir, marcharme lejos,
Quedarme tan quieto que me
confunda con una de las tantas almohadas en mi cama,
Y pase de largo como la
primavera en Lima,
A veces le siento llegar oh maldito emisario del dolor y el silencio,
Y quisiera lanzarme de un tejado
cubierto de buganvilias,
Tan solo para no darle el gusto
de que me vea agonizar bajo su yugo,
Bajo esa influencia maligna que
es su existencia,
Y es que lo odio con toda la
fuerza que aún me queda,
Odio lo que le ha hecho a mi
cuerpo,
Odio el sentirme tan a merced suya,
Odio el que me haya escogido a mí
de entre tantos en el mundo,
Odio el sentirme tan vulnerable
cuando llega,
Pero odio aún más el que nadie
pueda ver las huellas de su trato despiadado,
Odio el no poder mostrarle a
otros como se sienten mis músculos
Como cortados y embadurnados en
sal gruesa,
Como se sienten las articulaciones
como taladradas y rellenadas de cemento,
Como se siente la cabeza como
martillada y rociada con ardiente cera,
Como se sienten la piel como
salpicada con lejía,
Como se siente el alma…como una
piedra pesada,
Como con lepra, desprendiéndose a
pedazos,
Como se desea la muerte aun
cuando uno procure una sonrisa.