Y comienza la noche con un
susurro,
Como alguien royendo las paredes
desde dentro,
El silencio se hace agudo,
Y de pronto el cuarto se siente
pesado,
Como si la gravedad aumentase
repentinamente,
Y siento sus miradas en mi nuca,
Siento como las sombras se
arrastran lentamente
Y es fácil advertir como sus
cuerpos semi-corpóreos
Se contorsionan en las esquinas,
Emitiendo crujidos acuosos...
Como vértebras dislocadas
volviendo a su posición primaria,
Y aunque no quiero,
Cierro los ojos y el sonido se
hace más agudo,
Como un pequeño taladro dibujando
surcos en huesos…
Y sólo me queda aferrarme a esa tibia
sensación en mi pecho,
Tratando de contar mis latidos
Como cuentas de un Japa Mala, susurrando
los ciento ocho kleshas,
Mientras mi piel se eriza con
este tan natural miedo humano,
Y entonces le pido a mi cerebro
que se calle…
Y procuro que el sonido de mi voz
trémula y suplicante,
Rivalice con el sonido gutural de
sus gargantas,
Y el leve sonido húmedo de su saliva
cayendo al suelo…
Aquí recostado sobre el suelo,
Rodeado de la luz enclenque de unas
velas consumidas a medias
Y el círculo granuloso de sal y
tiza
Que los mantiene a raya,
Como un cerco electrificado entre
la bestia y la presa,
Espero, rezando y cayendo en
lapsos de sueño entrecortado,
Espero…a que la mañana se descuelgue
pronto en el este,
Y estas formas antropomórficas se
diluyan como un mal sueño,
Tan sólo para tener unas horas de
vida
En que todo se queda en pausa…
El tiempo, el mundo, mi vida,
Y sólo cuando la medianoche lama
nuevamente el cielo,
Tenga que preocuparme por ellos,
Tenga otra contienda,
Hasta que sus voces no puedan ser
censuradas,
Por más fuerza que ponga en mis
mantras…
Hasta que sus miradas me llenen
de tanta culpa
Que la muerte sea un dulce premio
después de tanta espera.
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