Ha llegado el otoño,
Ligero como una canción de cuna,
Acogedor como la cama de una
doncella enamorada,
Y con el los colores se tornan
más tenues,
Los rojos se vuelven mustios,
Los verdes se vuelven avellana
tostada,
Los abedules se han tornado
blancos,
Como pasmados por una imagen
fantasmagórica,
Y dejan caer sus ramas viejas
Como arrugas sobre el sendero,
Es tiempo de pasear sobre el
camino maltrecho,
Con mis zapatos negros
Reflejando la luz fría de la
luna,
Y recoger las ramas del abedul,
Arrancarle las hojas aún
enclenques,
Como se arranca la virginidad,
los sueños, y la paciencia,
Con descaro, sin miramiento
alguno,
Es tiempo de recoger las ramas de
los abedules,
Atarlas todas con un alambre
dorado y otro plateado,
Y anudarlas al extremo de una
rama fuerte y encorvada
Como mi alma,
Es tiempo de acicalar los suelos
de la casa,
Es tiempo de barrer siempre hacia
dentro,
Y nunca de noche,
Es tiempo de acariciar el piso
con las ramas secas de los abedules,
De este a oeste,
Con respeto, con paciencia, con la
intención más pura,
Pensando en el amor que ha de
venir pronto,
Pensando en que el invierno no me
alcanzará sólo,
Y para la primera nevada,
Estaré acurrucado en mi cama,
Desvelándome en los brazos de un
amante nuevo,
Y endulzando sus pensamientos con
mis intenciones más sensuales,
Es tiempo de hacer una escoba
nueva.
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