Ese punto ciego en
donde la misma vida pierde su sentido,
Ese instante infame
dónde la mente se estrella contra sí misma,
Ese momento en que el
dolor cae como lluvia de espinas envenenadas,
Y todas y cada una se
clavan en la piel,
Y se abren paso hasta
el nervio, hasta el hueso,
Hasta mi mismísima alma,
Ese momento en que el
dolor es la única palabra que puede articular tu mente,
Es una de las grandes
batallas
En que me retiro a las
trincheras acolchadas de mi cama,
Y allí me enrosco como
una lombriz en sal y vinagre,
Produciendo suspiros mordisqueados
por labios idolatras,
Esperando que el opio
sintético se metabolicé,
Y entonces mis
músculos desgastados dejen de retorcerse
Como serpientes entre
alambres de púas,
Y que mi cuerpo quede
sereno como un cadáver fresco,
Y vuelva a respirar
sin que el aire duela,
Que mi mente no pese y
queme como una tonelada de carbón encendido,
Allí enroscado en mi
cama,
Con sus manos
acariciando mi cabello,
Secando mis lágrimas
de impotencia,
Yace mi cuerpo
adolorido,
Y mi mente inquieta trenzando
ira y rimas,
Allí enroscado en mi
cama,
Añoro la paz de una
noche eterna,
Y espero a que todo
pase,
Como el tiempo de los
hombres,
Como mi propia vida,
Como mi juventud en
estos espasmos desgarradores.
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