Tejidos con las hojas
amarillentas del maíz maduro,
Retorcidos y amarrados con
pabilo,
Compuestos de pequeñas ramas
quebradizas,
Algunos de arcilla con restos de
uñas incrustadas,
Otros de trapo y rellenos con
semillas y arenilla,
Algunos con un ovillo pequeño de
cabello enredado a la altura del pecho,
Todos ellos inertes,
Todos ellos expectantes,
Todos ellos colgando de cuerdas,
Cual ahorcados,
Cuales conejos eviscerados
esperando que la sal y el sol los dejen curtidos,
Tiesos como los alfileres que he
clavado en alguno que otro,
Yacen allí inertes,
Con las caritas pintadas con
carbón o ceniza de almendro,
Yacen allí mirándome con
disimulo,
Esquivando mi mirada directa,
Procurando no llamar la atención
de mis ojos de cuarzo café,
Yacen allí quietos,
Y penden de un hilo trenzado de
color negro alrededor de lo que sería su cabeza,
Y se bambolean al antojo del
viento,
Como rimas que van entre lo feliz
y lo melancólico,
Yacen allí sin movimiento alguno,
Respirando los vapores de mis
pociones,
Yacen como minúsculas prisiones
de almas,
Y allí permanecerán pagando sus
culpas,
Allí se quedarán fuera del
tiempo, fuera del espació,
Ensombreciéndose,
Lamentándose,
Abandonando la microscópica
esencia humana que aún les queda,
Allí en la ausencia del amor y el
contacto humano,
Allí en esa forma frágil y
moldeada por mis manos,
Han de redimir sus culpas,
Y desearán no haber linchado,
azotado, ahogado y quemado a mis hermanas,
Allí se quedarán como empolvados
y desaliñados adornos de mi casucha,
Y llorarán cuando agregue a uno
nuevo,
Porque podría ser su hermano, su
hijo, su esposa, su hija o quizás su nieto…
La venganza es de quién espera,
Y nosotros podemos esperar como
espera el bosque a renacer después del fuego,
Nosotros somos pacientes,
Nosotros sabemos cómo golpearlos
dónde más les duele…
Oh mis queridas marionetas,
Oh mis burdas muñecas de rama y
paja,
Oh mis acérrimos perseguidores…
Ha llegado la hora de su juicio,
Y yo soy el juez y el verdugo.
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