Pensé que te habías
ido,
Que la lluvia te había
lavado de mi piel como fango,
Pero no,
Te habías escondido cerca
a los nervios,
Te habías enraizado en
los huesos,
Y allí encapsulado
cual oruga te quedaste dormido,
Esperando que mis
sonrisas se sientan concienzudas,
Que mis miradas
florezcan como primaveras
Que mis piernas se
sientan ligeras,
Que mis manos se
sientan aventureras,
Tan sólo para regresar
con más fuerza
Con mayor prepotencia,
Como un yugo
esclavista,
Como un látigo sobre
la espalda,
Ausente por un segundo
eterno,
Recargando su alma impía
en el viento,
Para caer nuevamente,
Sobre la trémula carne,
Quemando como ceniza
volcánica,
Y quebrando mi espíritu
como flores pisoteadas…
Yacías durmiendo en recónditos
espacios de mis neuronas,
Esperando el momento
preciso,
Para atacarme cual
cuervo traicionero,
Arrancando la paz de
mis ojos,
Esperaste a que bajase
la guardia,
A que sonriera con la
confianza de antaño,
Para luego apuñalarme
con frenesí de piraña alimentándose,
De un cuerpo
quejumbroso y sangrante,
Mi dolor, ah, querido
mío,
Mi dolor, ah, amigos
míos,
Me tuerce, me quema, me
desgarra,
Hoy ha vuelto a
dejarme hacinado en mi cama,
Como un mal recuerdo,
Como un cuadro
descolorido y manchado,
Como un verso estúpido…
Ay dolor, casi te había
olvidado,
Ay dolor, te pensé casi
extinto,
Mi dolor, ah, querido
mío,
Mi dolor, ah, amigos
míos,
Pero no lo odio,
Lo abrazo con afecto
sincero,
Lo amo profundamente
como a un mal hijo.
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