El cielo sangra,
La piedra se agrieta,
El agua se absorbe,
Todo es desolación y desgano,
Como cuando se sabe que se va a morir sin
remedio alguno,
Y aun así se reza con el mismo ahínco con que
se sueña,
Nulo…
La tierra resuena a las orillas del mar,
Con ondas elusivas como los ruegos de los
moribundos,
A los que su dios les ha dado la espalda,
Después de todo,
Cómo podríamos reclamarle algo al cielo,
Si no hemos hecho más que pecar a diario…
Entonces el ruego se vuelve aún más mezquino,
El cielo se oscurece con humos de piras
fúnebres,
De frescos chamuscados,
De madera astillada y apolillada,
La torre ha caído,
La fe tambalea como las piernas cuando el amor
ha sido agresivo,
El sol se hunde en el oeste, cae con cierto
asco,
Como un escupitajo en el lomo del esclavo…
Así la hemos tratado,
La hemos humillado, mancillado,
Azotado, prostituido…
Así la hemos rasgado con nuestros arados,
La hemos envenenado con nuestro afán de oro,
Así la hemos maltratado,
Y ahora sufre,
Ahora tiembla,
Ahora ruge,
Óyela lamentarse habernos dado la vida,
Óyela lamentarse el habernos dado refugio,
Y así maltrecha, herida, sangrante, mutilada,
Retorciendo sus entrañas procura darnos más,
El verdor de sus piernas,
La bendición de sus pechos montañosos…
El fruto de su vientre,
Oh tierra,
Oh madre,
Oh Gaia…
Te hemos lastimado como alevosía,
Nos hemos comportado como proxenetas iracundos,
Y aun así nos sigues nutriendo,
Con el agua de tus venas-ríos…
Oh tierra,
Perdónanos,
Siempre fuimos egoístas y tontos,
Nunca nos dimos cuenta o no quisimos,
Perdónanos…perdónanos.
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