Moriré con la arrogancia del guerrero ungido,
Alucinándose un ángel de fuego,
Tejiendo redes con sus propios pensamientos,
Y envenenándose con sus propios versos
sanguinolentos,
Blandiendo sus principios como estandartes
regios de guerra,
Moriré sabiendo que con la misma frescura con
que viví y ame,
Sobrevivimos a lo que unos llamaban pecado,
A los que otros llamaban capricho,
Y a lo que nosotros llamábamos amor del bueno…
Moriré a sabiendas que soñé,
Que fui generoso cuando tuve la oportunidad de
serlo,
Que perdone a quien me insulto,
Que cuide a mi familia como un tesoro precioso,
Que sonreí aun estando adolorido,
Que camine erguido a pesar de estar
anestesiado,
Moriré con la certeza de que me amaste,
Que unimos nuestros caminos como se unen los
minutos y las horas,
Que vivimos entre flores y espinas,
Pero siempre juntos,
Con los dedos entrelazados como votos sacros,
Moriré, sin ese temor que se nos inculca desde
pequeños,
Me iré en paz plena,
Me iré recordando la lluvia sobre las ventanas
de la sala,
Escurriéndose lentamente como las lágrimas
De aquellos días en que no podía ni levantarme
de la cama,
Me iré oyendo a los grillos que acompañaban mis
noches en vela,
Procurando opacar el estruendo tronador de tus
ronquidos,
Me iré recordando el aroma de las flores,
Tan dulce como tu piel fresca,
Me iré sin mirar atrás con decepción o culpa,
Simplemente cruzaré el puente sonriendo,
Y allí nos volveremos a abrazar y esta vez será
para siempre,
Como lo prometiste,
Como lo prometimos.
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