El silencio me enseño
a oír la voz de mis latidos,
La desesperanza me
enseño la fuerza de mis ideales,
El dolor me enseño el
valor de mi propia alma,
La soledad me enseño
la ternura de mis piernas,
Y la noche me enseño a
ser paciente,
A caminar despacio
entre mi pesadillas,
A ser amable con mis
propios demonios,
A abrazarlos
afectuosamente,
A no creer en sus
palabras y murmullos,
El tiempo me enseño
que su paso aunque veloz siempre es recio,
Firme como mi ingle
cuando la luna se enfunda en el cielo,
Y la mañana recoge sus
enaguas arrugadas y grisáceas,
Intentando seducirme
por enésima vez
Pero al saberse
ignorada volverá a irse sintiéndose derrotada…
He aprendido tanto de
este mundo,
Al tocarlo, al caminar
descalzo, al mirar con detenimiento,
Al reconocer que el
dolor no me define,
Y su amor le enseño a
mi cuerpo garabateado por tantos nombres
Que puede ser grácil y
digno,
Y su voz me enseño que
mi nombre rima con un te amo,
Y ahora solo reconoce
el calor de sus piernas como marca indeleble,
Como credo santísimo,
Como lo único que me pertenece
Y me hace bien…
Oh Dios…me hace tanto
bien!
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