Su nombre aún
permanece en mi piel toda,
Sin embargo su calor
se ha colado por el hueco de mi memoria,
Haciéndose frío como
el mismo invierno,
Árido como los salares
de Uyuni,
Y trato de recordarlo,
Trato de dibujarlo con
la punta de mis dedos,
Recorriendo mis muslos
Con los ojos cerrados,
Mordisqueando mis labios,
Deteniendo el aire en
mis pulmones lo más posible,
Recreando su mano ruda
haciéndose un nudo en mi cuello,
Y luego dejándolo huir
con la noche,
De aquí a la
eternidad,
Llenando de esperanza
toda fibra muscular sana que aún me queda,
Y de añoranza cada
neurona que aún sobrevive
A las olas de antiepilépticos
y opioides,
Luego me acurruco en
esta cama estéril como un nido perpetuo
Que ha visto miles de
gorriones morir antes de salir probar el sabor del viento,
Heme aquí Señor…
Heme aquí para adorar
su vago recuerdo,
Heme aquí anhelando
otra caricia suya, aunque sea una mustia,
Un beso, un revolcón y
luego un adiós,
Uno de esos que cortan
el cordón umbilical con la vida misma,
Uno de esos que me
recuerdan lo poco que valgo,
Y lo poco que merezco,
Heme aquí Señor…
Deseándolo, sabiéndolo
en otro lecho,
Sabiéndolo feliz y sin
siquiera un recuerdo de mi.
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