El agua rancia de la lluvia estancada en las grietas de la acera hiede
a muerte,
Aun así puedes ver brotes verdes de maleza arañando la superficie,
La vida se abre paso en silencio,
Con paciencia las semillas resecas que ruedan con la arenilla en la
calle germinan,
Con paciencia la tierra misma se sana a si misma,
El aire se vuelve respirable,
El polvo se asienta sobre los tejados rugosos,
Las gaviotas y fragatas vuelven a las playas,
En ausencia de los verdugos bípedos,
Las ballenas se acercan a los muelles oxidados,
Ahora pueden cantar a la luna sin temer a los arpones desgarrando sus
lomos,
Mientras los edificios se han vuelto cárceles temporales,
Los ciervos mordisquean las flores de los jardines,
Los monos saquean los supermercados,
Los corderos pastan en las bermas entre las autopistas,
Y allí duermen, bajo los destellos descoloridos de luces de neón que se
apagan una a una,
La tierra se vuelve más vivaz mientras la cordura del hombre flaquea,
La tierra reclama su soberanía mientras los hombres se desesperan en
cuatro paredes,
Sintiendo como se hacen más pequeñas con cada segundo,
Ahogándose en sus propios alientos tibios,
Desquiciándose con los llantos de sus hijos,
Rogando por un poco de ese aire que se ve más claro,
Allá afuera,
Donde el virus los mantiene a raya,
Donde el virus los espera como un predador a su presa…
Pronto acabara este confinamiento,
Y volverán a destruir la tierra,
Pronto volverán a pulular en sus calles de concreto,
Y reclamaran como suyo algo que nunca lo fue,
Pronto volverán a violentar la paz silenciosa del mundo,
Sólo espero que la tierra resista,
Que resista a esta infección sin cura que somos los humanos.
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