Miro renuente por la ventana empolvada,
Y lo único que alcanzo a ver a es una ciudad que se desvanece
lentamente,
Detrás del vapor acolchado del mar,
Los edificios se vuelven lúgubres y luego desaparecen,
El olvido los está engullendo como una boa alimentándose,
Ya no hay escapatoria,
Solo queda respirar pausadamente,
Solo queda dejarse ir en sus fauces tensas,
Quizás al otro lado encuentre la paz,
Quizás en su silencio ensordecedor,
Pueda por fin entender el susurro de las tumbas,
Los lamentos de los ancestros,
El pulso debilitado de la tierra misma,
Que engendró a su verdugo…
Miro renuente por la ventana empolvada,
Y no queda más nada del mundo que me vio nacer,
Solo hay silencio,
Solo queda desolación,
Los pájaros pululan en el horizonte buscando granos, lombrices o un ojo
que picotear,
Los perros acechan sin recato en los embravecidos jardines,
Y los llantos de los pocos niños se extinguen para ser seguidos de
sendos lamentos,
De esos gritos que te desgarran por dentro,
La muerte se pasea sin recato alguno,
Rozando su guadaña sobre las rejas y barandas de los balcones,
Su hora de usar este mundo como su pasarela ha llegado,
Sólo queda esperar,
Solo queda esconderse ante lo inevitable,
Respirar tras la mascarilla humedecida,
Sólo queda sentarse detrás de esta ventana empolvada,
A que llegue mi turno,
Y pueda por fin acompañar a quien yace pudriéndose en el cuarto
aledaño,
¿Será hoy?
¿Será mañana?
Oh, por favor…que sea pronto.
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